jueves, 1 de octubre de 2009

Mañana azúl

'Tal vez sea tiempo'- alcanzó a susurrarse y con el resto que le quedaba cayó sobre la pluma esperanzada en poder volar. Lo cierto es que fueron sus palabras las que suscitaron aquello que quedará -o no- de éste, su relato.

Todas las mañanas ella abría el negocio, acomodaba sus aros y se ubicaba tras el mostrador bien dispuesta a atender. Le hubiera parecido un pecado llevar dos días seguidos puesta la misma ropa. Y es que ella cambiaba sus mudas diariamente asi como rogándole al tiempo la caricia de un pasado. Lo cierto es que todos los días 9:40 de la mañana, él hacía su aparición tras la ventanilla del kiosco. Camisa a cuadros, sweater burma gris escote en V, campera aviar azúl marina, pantalones jaspeados y náuticos negros acordonados al tono a modo de zapatillas. Impecable. Exacto. Salvo claro, por su andar similar al de un camello. Con la billetera marrón en la mano derecha y un peso 25 separado, tomaba mecánicamente un alfajor Ser y pronunciaba: -"llevo ésto". Pagaba justo. El tipo parecía funcionar a la perfección rescatado en sus rutinas. Acto seguido apoyaba sus monedas sobre los Beldent con gusto a Raid de la caramelera y, destilando cierto alivio en sus pómulos fugazmente relajados, emprendía la retirada. De todos los clientes, se podía decir que el era el único en no quedar cristalizado en un: "tenés? me das?". Ella sabía sin saber cómo, que el próximo destino de aquél hombre verde era la parada del 64 sobre la calle Migueletes. Lo cierto es que bastaba con que el hombre verde se retirase del negocio tipo drugstore para que ella, movida por un impulso cuasi familiar, buscase desesperada las agujas del reloj en su muñeca. Era como si en tal tic ella le implorase al tiempo la confirmación de la hora requerida: diez y diez de la mañana. A esa hora algo sembraba en ella la sensación de haber perdido un peso en el camino. Entonces ilusa, estiraba sus hombros hacia atrás. Apoyando las manos tras sus caderas cansadas y así como empujando hacia adelante, retrocedía y permanecía otro rato parada esta vez, en la puerta del local. Diez, quince minutos. Una bocanada de aire y adentro otra vez.

Los años del almanaque mutaban rebelándose ante aquello imposible, detenido y cifrado en números enquistados. La promesa de un tiempo que no fue y la renuncia ante la estafa a su propio ser, matizaban sus días rematando en su existencia. El anhelo cobarde de un calendario frustrado que no cesaba en no dar vuelta atrás sus propias hojas. Los siglos para ella habían quedado detenidos y en la farsa de ocupar nuevos escenarios, no fueron pocas las veces en que éste hombre verde se volvería a cruzar en su camino. Doblando la esquina al salir de la farmacia, al costado de las góndolas de los chinos de Matienzo, en la cola del pago fácil de la calle Arce o simplemente tras un árbol, así como si este hombre viviese en un cantero.

Resulta que el tipo aparecía anticipándose en ella cual viento detenido, con el temblor sordo del presentimiento intruso, voraz. El hombre verde aparecía y con él la campera, la camisa a cuadros, el burma escote en V, el jaspeado, los náuticos y el gris. Intacto. Aparecía exacto, indiscreto, repelente. Ordenando cierta detención y borrando en ella todo recorrido en su demanda paranoica. Su vestimenta, las monedas y un pasado en deuda. Éso instauraba: un pasado en deuda. El tipo era pelado. O calvo. Pero no era cualquier pelado. El hombre verde era un pelado digno. Era de esos que la pelada le calza justa: de esos pelados que parecen no necesitar defensas ante las palabras. Con apenas unos pelos alrededor de sus oídos a él parecía bastarle para que nada le afectase.

Los siglos capturados en días apenas transcurrían hasta que una mañana ella desperto súbitamente decidida en cambiar de cartera. Estaba -según dicen- harta de llevarla cruzada. Venía llegando tarde al trabajo y había resuelto el enigma adelantando el reloj -ésta vez- despertador. Y así, burlándose del tiempo lograba levantarse tranquila, o feliz. Esa mañana abrió el placard y de la tercer percha descolgó su cartera color caramelo. Hacía siete años que no la usaba. Como pudo y sin enredarse demasiado, solucionó el dilema de la combinación, separó sus monedas y tomó la radio portátil que dormía en el primer estante de su biblioteca de algarrobo. Cerró la puerta, cruzó la avenida y sonrió al ver venir el colectivo a tiempo. 'Además me queda resto' -alcanzó a soplar para sí- mientras se disponía a tomar asiento, boleto en mano, en la última butaca libre ubicada al fondo a modo de pieza o de peón de ajedrez.

El 64 venía justo en gente y el calor del motor retumbaba en su trasero. Fue entonces cuando aprovechó para calzarse los auriculares y sacar de su bolsillo izquierdo descocido, un alfajor rogel que intercambió por el boleto -ahora protegido falazmente. Tomó una bocanada de aire y abriendo su boca no fue obvia al morder el alfajor acariciando entre su lengua y sus dientes cada miga. Podía sentir como el pavimento se movía a sus pies mientras besaba sus propios labios detenida, regosijándose en cada pozo que la obligaba a masticar vivazmente.

Lo tenía decidido: al llegar del trabajo donaría toda la ropa de su difunto marido a la Iglesia más cercana. Juntaría toda su ropa. Juntaría toda su ropa menos el sweater burma gris escote en V.'Tal vez podría llevarlo a la tintorería de acá la vuelta'-supuso.'Y es que podría llegar a ser un lindo presente para Pepe'-agregó. Y lo más importante: su amiga Roberta estaría feliz con el gesto para con su esposo. Ella sabía que ella sabía y ella también. Así: sin entenderse. Haciendo historia. Haciendo letra: con su cartera al hombro, las manitos entrelazadas en la radio portátil y el resto de un papel abollado que habría hecho las veces de envoltorio verde de un alfajor, próximo a digerir.

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8 comentarios:

Marina dijo...

parece que sí te inspiraste, Monita. no sé qué decir, me quedé un poco sin palabras, del color del día de hoy. creo que tengo que volver a leer. "y es que ella cambiaba sus mudas diariamente asi como rogándole al tiempo la caricia de un pasado". me gustó, especialmente. un beso!

allpamanta09 dijo...

Impecable...y esa canciòn tan tuya, pensar que a mi me la cantaban cuando era chiquita...
besos desde "aca".
nos vemos!!!

gamar dijo...

Usted ya no es usted.
Pero sus mutaciones me enamoran.
Beso

GALO PIERROT dijo...

SOS INCREIBLE MAMI!!! TE QUIERO!!! YA ESTAS EN MI LISTITA!!! =)

Cas dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Sandra (Aprendiz de Cassandra) dijo...

Precioso!, conmovedor y anunciante.
El tiempo que recicla sus memorias frente a nuestros olvidos.

Un fuerte abrazo

Marina Agra dijo...

ey, quitaste tu comentario. pero llegué a leerlo y quiero decirte que solés hacer algo que me emociona un poco, y es poner en palabras algunas sensaciones que me abundan. como si supieras lo que estoy pensando y zas, ahí va. lo de merecedes, sí, lo noté ayer cuando vi tu post y por algún motivo pensé que hasta tenía sentido... un beso, nena. buen fin de semana!

Cas dijo...

Marina! Te cuento: en realidad quería mandadarlo a tu mail, entonces busqué en tu perfil pero no lo encontré :(

Igual confirmo que valió la esperanza de que lo hayas leído y entonces asi va :)

Abrazo!

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