viernes, 30 de octubre de 2009

Guille

- Escucháme. Podés venir para acá un segundo? Quiero hablarte
- ....
- venís?
- decime
- que te escucho decir cosas que no me gustan. 'maté a este, mate a otro. revolié catorce camiones y tiré abajo 5 portones' te la pasas hablando así y a mi me hace mal
- ...
- que la vida no es una playstation. Éso te quería decir
- ....
- oiste?
- sí
- Por éso, cuando veas a alguien que tira, grita, rompe -y de matar no hablemos- vos pensá: este esta loco, pero no lo veas como algo natural. Me oís? Porque no está bien matar. Entendiste?
- ....
- escuchaste?
- Si, loca



Y se fue..............


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miércoles, 21 de octubre de 2009

Guardianes de la Bahía


Personajes:

Matilde, la madre. La reina de las olas
Pedro, el padre. El paciente
Colette, la hija menor. Resignada y mentirosa
Amilkar, el hermano mayor. El Dulce Ogro
Antonio, el ex esposo. No se sabe.
Filipo, el menor de todos. El articulador
La señorita Lopez, mascota del hogar. Adorada
María E, amiga de la casa. Muda
Los abuelos, los muertos que hablan. Inolvidables

Qué le regalo? - duda Colette y adelantándose diez minutos a la hora del té, invade el cerramiento con su presencia. A un costado, Antonio. Colette inicia:

- Tengo que salir en 40
- Llegás? -accede Antonio, cuasi generoso
- Voy en subte. A Bulnes tengo menos de diez
- en el subte todos tienen cara de muertos
- Lo decís porque van bajo tierra?
- no lo había pensado
- y cómo sabes entonces?
- porque no se asfixian, supongo. Te fijaste?
- andate a la reverenda concha de tu madre, forro. moríte - se atormenta Colette y continúa para sí- siete padrenuestros y entonces de postre sí: helado - Me dedico a buscar a los vivos, parece -deja deslizar entre sus dientes.

De fondo, el televisor muestra la ceremonia ritual a modo de velorio público de una de las más grandes, cuando La Superior Matilde, irrumpe cual Tzunami con dos tazas de café entre sus manos, para comenzar:

- yo nosé. qué espanto. a vos te parece? que te velen así: a cajón abierto. A mi... -increpa- ni se les ocurra!

Colette hermana menor, se adelanta entretenida, a modo de seguirle el diálogo:

- Por?
- Porque es un espanto. una barbaridad. una falta de respeto total. Qué me miran! Qué me miran! - se horrroriza Matilde y tiemblan sus pómulos.
- Qué cosa?
- Éso nena! que te velen a cajón abierto. Me oís? -y en éso- Y que te miren! Que te miren! Es mas o menos como que te miren cuando vas al baño.
- no te entiendo, pero contáme
- lo que digo, es que es un acto privado. Yo los mato. Olvídense de mí si hacen eso conmigo!
- porqué?
- por las miradas! qué catzo hago con las miradas eh! Explicáme. Es un aprovecho, pobre mujer! Mirála. Una falta de consideración total -expone con sus ojos fijos en la pantalla.

El padre, invicto de un ACV, parecería haber sobrevivido para interpelarla una y otra vez:

- No le hagan caso. Está delirando.

Mientras en vano los ojos de Pedro dedican a Matilde cierta ingenuidad infantil en una mirada excenta de egoísmos y propia de una vejez digna en verdad, ella a cambio lo ataca:

- calláte vos que siempre me decís lo mismo!

Mientras tanto, María E cuenta las tachas del collar de la Señorita López que muy pachorra, ubica su hocico arriba de sus rodillas. Filipo, el menor de todos, dibuja la escena preso de sus manías en lograr con sus colores el efecto exacto de sus paisajes cuando el padre:

- Ésta taza está rota

María E. levanta su vista enmarcando su mirada tras su ceja izquierda, buscando ecos en los ojos de Colette, cuando la voz de Amilkar se alza tras bambalinas:

- Tiene razón. Esa taza está rota. Porqué no la tirás? -para continuar en un- Perdón pero: Qué hace este sillón acá?

Matilde tomando el repasador cual escudo, hace elevar sus armas al grito de:

- éste sillón está acá porque está acá. Los otros se quedan allá.
- a si? quiero traer uno de los sillones de allá para acá -insiste Amilkar
- No
- Sí
- No. los sillones de mami y papi se quedan en el living. Y punto.
- tiene sentido -brota tímida la voz de Collete, renunciando a los espejos de antemano, resignada ante las miradas absortas del resto.
- Claro que tiene sentido -el revés de Matilde provoca estupor en Colette quien ilusa, alza sus ojos y:
- vos decís?
- si. el sillón de papi y mami tiene que estar en el living.
- son dos
- si. tiene que estar en el living
- Por? -ruega collete
- porque es el único lugar de la casa donde vacié todo -pronuncia matilde para incorporarse tras el banco, juntar las tazas y continuar con un:
- me falta una cucharita de mami otra vez... será posible, mierda! -y prosigue- Son ocho. y tengo siete. yo nosé. Alguien la vió? -agregando- Éstos cayos me van a matar.

Haciendo flamear su repasador, Matilde abandona la escena. María E. recoge su celular y Amilkar se torna invisible antes de ser advertido en su ausencia. Frente al televisor, Colette se abriga -esta vez lo justo- agarra su pequeña cartera, saluda al resto y se despide de aquel hogar al cual siempre -y con razón, sabía- querría regresar.

El subte está vacío. En diagonal frente a Colette, una pareja: mientras la mujer pálida lucha por un soplo de aire a ventanilla semiabierta, el hombre duerme, descansando confortablemente en su regazo. Por su parte, algo insta a Colette a quitar la vista y antes de que los diez minutos se cumplan en el reloj de su celular, saca una menthoplus de su bolsillo y se pregunta: -Qué quiere un hombre?

Había decidido comprarle aquel perfume. Era lejos su preferido. Y algo más? Sí. Veinticinco de los treinta pesos que a ella le faltan para pagar la segunda cuota de sus zapatos de cabritilla. En éso las puertas del subte se abren y apoyándo un pie tras la puerta, Colette saca un cigarrillo roto de su bolso, se deshace de él y respira.

El regalo del día de la madre - sin ser un problema- estaba resuelto.


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jueves, 15 de octubre de 2009

Soda Stereo

Te dije que me llamó, no? - Si, ayer - respondiste y te supuse ladera. sí. ya sé que espanto. lo sabés. lo sabemos. desvarío y te reís. lo hago por vos. que te miento decís? y vos cómo sabés? amargo. y si querés también agridulce. como supiste todo eso de mi, vos? contáme. dale. cosa entrometida vos, habráse visto. no me expliques, por favor. entonces siempre estoy muy arriba o muy abajo. la media no me retiene, parece. y me tolerás. aún así. me lo hacés saber. y yo pruebo. tiene gusto. me enseñaste a expulsar. a animarme. me dijiste un día que las palabras tienen alas. 'probá dale'. y ahí fui. las palabras salen de mi boca y son eyectadas. no del todo. dejan rastros. giran. dan la vuelta y se inmolan tras mi espalda para estallar en ramificaciones infinitas de sentido. entonces resulta que recién ahí al pronunciarlas, las digo. 'Sentilo'- me dijiste - 'Curtite, piba. animate' y te dejé ser. te escucho, sabés a interrogante. y cada vez que rezo y me detengo ahí te encuentro: 'y dale que vá, piba. tirátelo de una vez'. borrás las culpas y yo qué carajo hago entonces sin mis penitencias? explicáme. creo que si supieras las veces que me acompañas me odiarías más aún, todavía. pero vos sabés bancarme. porque te sabés causa en mi. entonces descanso y venis por detrás a empujarme. doy la vuelta y frente a frente somos capaces. y somos capaces de sonreir. y de volver. hace dos días te encontré. resulta que ibas con tus gafas de calamaro. te burlaste una vez más de todo mi desorden, sabiendo de antemano lo mucho que me halaga tu soberbia. y es que te debo ramilletes de aceitunas porque sabés -te consta- que cuando el sentido muta en mi, el mundo se me acota y en un instante -que dura lo que un estornudo vaginal- resurjo de la vereda de enfrente tan solo para volver a cruzarte. vos lo procurás. y yo. y nos la aguantamos. te prestás conmigo al juego bailando en el vacío y enmarcando escenarios -que sabemos- relativos. variados, sólo hasta que arrojás el naipe tras tu manga y entonces plaf! ahí venís y con vos todo regresa, crecido. te creo capaz de conquistar américa. capaz de volver cuadrada a la tierra. te dije? y capaz de convencer a la humanidad entera con cinco de tus renglones, para que se sepa de una buena vez que sí, que es cierto: que los incas son extraterrestres y que vos -oíme un cacho- vos conducís sus naves. Y es que me inventaste un cuaderno que me queda cómodo y sin vos -subrayáme bien- no habría jamás un nuevo amanecer justo ahí, al costado, donde duele. donde punza lo que no marchita ni renace, porque no congela. y hace lava. se esparce, brota, patina y es por vos - miráte- que este dolor no hace de mi toda cenizas -sino más bien- sílabas rotas. escupidas. Tendrás acaso dimensión de lo que te debo?

Entonces tomá mis gracias. llevalas lejos. vos sabés... limalas bien. que entre tu erosión y mis vuelcos seremos -porque somos- nido y rama, pez y río y un andén solitario y por éso, por eso compartido.


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miércoles, 7 de octubre de 2009

Alahuákbar

Una vez curado el empacho, la cosigna prometía. "Ir a cenar a un lindo restaurante una vez por semana, a fin de poder pasar un rato los tres juntos y a solas" .

Las cholas estaba repleta por lo que El Primo fue la opción o al menos, la primer opción disponible. Contaban con buenas referencias de un menú sencillo y una serie de mozos discretos, de ésos indispensables, atentos. silenciosos. de ésos mozos que no suelen abundar; de ésos que permanecen permeables, sin bufar. ciertamente tolerantes.

"Syriani 3" -amenazó la voz, cuando la familia se dispuso a atravezar la puerta, entrando en un pasado ubicado al fondo a la derecha.

Y así fue que en el fondo decía, cerca de la entrada, casi instantáneamente una mesa libre para cuatro los esperaba con apenas una panera modesta, ubicada en el centro de las miradas.

Ellos dos eligieron sentarse en diagonal mientras que el tercero frente a ella, prefirió permanecer en suspenso.

Imprevistamente el celular de él interrumpiría la no charla iniciando aquello que ahí, entre copas y murmullos, sucedería después...

- tenés teléfono
- no es el tuyo?
- no. atendé tranquilo. todo bien...

Sus aires de superioridad volvieron ínfima cierta incomodidad que rara vez decidía regalar. Atendiendo su celular largo y angosto por cierto, prosiguió:

- ah como andás Charly... dale. bueno bueno. después paso entonces. Acá. Almorzando con mi ex mujer. dale listo. quedamos así...

Ella, procurando atajarse ante una posible lipotimia, negando lo obvio arremetió con sentido:

- vos cómo hablás de mi?
- ....
- que cómo te referís a mi, quiero decir...
- no entiendo
- ...
- ...
- éso. claro. si decís 'mi ex mujer o mi ex esposa' por ejemplo...
- ...
- ...
- Digo tu nombre, Carola

Durante el instante que duró esa coma, imaginarán que ella creyó morir. Aún así, prosiguió la charla ofertando uno de sus caros silencios mientras sus ojos parecían caer buscando traspasar el mantel. Las paralelas parecían eternas entre dos cantos inconclusos justo ahí cuando creyó escuchar:

- Voy a estudiar derecho. Qué vas a comer?
- Abogacía? - respondió agarrando firmes sus rodillas por debajo del bolso que llevaba sobre su falda.
- Si... derecho.
- ah... y para qué?
- es una herramienta útil
- ... te tendrás que defender de algo, acaso?

El mozo interrumpió el titubeo y aún así, él esta vez decidió no regalar ni un centavo de su turbulencia perfectamente solapada diez metros tras su espalda... cuando disparó:

- te pedimos: para mí un asado completo y ensalada, vos?
- es muy abundante la porción de asado -interfirió el mozo salvando cual héroe a la mujer de sus ocurencias.
- lo prefiero completo -insistió
- ...
- Te comés una tirita? dale... si. Vos?
- Revuelto Gramajo
- ....

Una vez retirados los menúes:

- decías?
- si, decía que en cuatro años me recibo y le doy con todo
- a quién?
- eh?
- nada. lo importante de creer en uno, no? Creer en uno... quién podría? -suspiró
- y sí, sino estás frito
- una duda. pensaba... en el ajedrez el peón como se mueve?
- eh?
- éso...
- avanza para adelante y come para el costado. Ahí viene el mozo...
- ...
- te agrego unas papas fritas?
- paso
- te gusta?
- qué cosa?
- el revuelto gramajo ése
- ah... si. por?
- Digo, porque lo mirás pero no comiste nada
- ...
- viste el tipo que está atrás tuyo?
- eh? atrás mío?
- sí. disimuladamente fijáte. se parece a...
- al periodista deportivo que era pelado. cómo se llama....ba?
- qué?
- ése que toma anabólicos y ahora tiene pelo. que se parece a Hulk
- pero dónde estás mirando?
- nose...
- estás mirando atrás mío boluda
- ya me parecía...
- atrás tuyo te dije!

La charla iba tomando cierta velocidad, destilabando gotas de esperanza entre sílabas comas y palabras que de a momentos le resultaban terroríficas cuando...

- Fijáte nena. Atrás tuyo está éste tipo que a la noche lo veíamos en la cama, cuando dormíamos juntos, te acordás? Se peleaba con Petinatto. Tenía un programa en el 9... Cómo carajo se llama?
- no me acuerdo. no me acuerdo!
- Cómo que no te acordás? Éste tipo...

La violencia de una palabra atrapada en su preconciente comenzaba a excitarla cuando giró su cabeza cual vampira de outlet y aún sin entender, dichosa pudo pronunciar...

- Beto Casella
- Beto Casella!
- !@#$^%*&
- Claro... Exactamente. Beto Casella

Y fue un instante en que sus ojos verdes la reflejaron cuando tímida arriesgó:

- tendrás diez pesos en monedas para cambiar...me? -Alcanzó a decir rebajando la velocidad del tono de su voz ante el semáforo en rojo de un sentido prematuro, apenas advertido. semáforo en rojo que jamás respetaría tras la apuesta de palabras de un sentido a diversificar...
- No.
- ... - se alivió.
- pero mañana...
- qué?
- ... que mañana voy al banco y te consigo
- ...
- mañana voy al Paribas y te consigo. Pedimos la cuenta?
- si.

Una vez más, el exceso de metáfora la dejaba capturada en un dulce rincón mientras feliz creía advertir que todo, pero todo a su alrededor, comenzaba a poblarse de alfiles...

- Y ahora que hacemos? -propuso él
- no tengo la menor idea -ella sugirió
- vamos a Jumbo, querés?
- dale, vamos. Pagá vos.

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jueves, 1 de octubre de 2009

Mañana azúl

'Tal vez sea tiempo'- alcanzó a susurrarse y con el resto que le quedaba cayó sobre la pluma esperanzada en poder volar. Lo cierto es que fueron sus palabras las que suscitaron aquello que quedará -o no- de éste, su relato.

Todas las mañanas ella abría el negocio, acomodaba sus aros y se ubicaba tras el mostrador bien dispuesta a atender. Le hubiera parecido un pecado llevar dos días seguidos puesta la misma ropa. Y es que ella cambiaba sus mudas diariamente asi como rogándole al tiempo la caricia de un pasado. Lo cierto es que todos los días 9:40 de la mañana, él hacía su aparición tras la ventanilla del kiosco. Camisa a cuadros, sweater burma gris escote en V, campera aviar azúl marina, pantalones jaspeados y náuticos negros acordonados al tono a modo de zapatillas. Impecable. Exacto. Salvo claro, por su andar similar al de un camello. Con la billetera marrón en la mano derecha y un peso 25 separado, tomaba mecánicamente un alfajor Ser y pronunciaba: -"llevo ésto". Pagaba justo. El tipo parecía funcionar a la perfección rescatado en sus rutinas. Acto seguido apoyaba sus monedas sobre los Beldent con gusto a Raid de la caramelera y, destilando cierto alivio en sus pómulos fugazmente relajados, emprendía la retirada. De todos los clientes, se podía decir que el era el único en no quedar cristalizado en un: "tenés? me das?". Ella sabía sin saber cómo, que el próximo destino de aquél hombre verde era la parada del 64 sobre la calle Migueletes. Lo cierto es que bastaba con que el hombre verde se retirase del negocio tipo drugstore para que ella, movida por un impulso cuasi familiar, buscase desesperada las agujas del reloj en su muñeca. Era como si en tal tic ella le implorase al tiempo la confirmación de la hora requerida: diez y diez de la mañana. A esa hora algo sembraba en ella la sensación de haber perdido un peso en el camino. Entonces ilusa, estiraba sus hombros hacia atrás. Apoyando las manos tras sus caderas cansadas y así como empujando hacia adelante, retrocedía y permanecía otro rato parada esta vez, en la puerta del local. Diez, quince minutos. Una bocanada de aire y adentro otra vez.

Los años del almanaque mutaban rebelándose ante aquello imposible, detenido y cifrado en números enquistados. La promesa de un tiempo que no fue y la renuncia ante la estafa a su propio ser, matizaban sus días rematando en su existencia. El anhelo cobarde de un calendario frustrado que no cesaba en no dar vuelta atrás sus propias hojas. Los siglos para ella habían quedado detenidos y en la farsa de ocupar nuevos escenarios, no fueron pocas las veces en que éste hombre verde se volvería a cruzar en su camino. Doblando la esquina al salir de la farmacia, al costado de las góndolas de los chinos de Matienzo, en la cola del pago fácil de la calle Arce o simplemente tras un árbol, así como si este hombre viviese en un cantero.

Resulta que el tipo aparecía anticipándose en ella cual viento detenido, con el temblor sordo del presentimiento intruso, voraz. El hombre verde aparecía y con él la campera, la camisa a cuadros, el burma escote en V, el jaspeado, los náuticos y el gris. Intacto. Aparecía exacto, indiscreto, repelente. Ordenando cierta detención y borrando en ella todo recorrido en su demanda paranoica. Su vestimenta, las monedas y un pasado en deuda. Éso instauraba: un pasado en deuda. El tipo era pelado. O calvo. Pero no era cualquier pelado. El hombre verde era un pelado digno. Era de esos que la pelada le calza justa: de esos pelados que parecen no necesitar defensas ante las palabras. Con apenas unos pelos alrededor de sus oídos a él parecía bastarle para que nada le afectase.

Los siglos capturados en días apenas transcurrían hasta que una mañana ella desperto súbitamente decidida en cambiar de cartera. Estaba -según dicen- harta de llevarla cruzada. Venía llegando tarde al trabajo y había resuelto el enigma adelantando el reloj -ésta vez- despertador. Y así, burlándose del tiempo lograba levantarse tranquila, o feliz. Esa mañana abrió el placard y de la tercer percha descolgó su cartera color caramelo. Hacía siete años que no la usaba. Como pudo y sin enredarse demasiado, solucionó el dilema de la combinación, separó sus monedas y tomó la radio portátil que dormía en el primer estante de su biblioteca de algarrobo. Cerró la puerta, cruzó la avenida y sonrió al ver venir el colectivo a tiempo. 'Además me queda resto' -alcanzó a soplar para sí- mientras se disponía a tomar asiento, boleto en mano, en la última butaca libre ubicada al fondo a modo de pieza o de peón de ajedrez.

El 64 venía justo en gente y el calor del motor retumbaba en su trasero. Fue entonces cuando aprovechó para calzarse los auriculares y sacar de su bolsillo izquierdo descocido, un alfajor rogel que intercambió por el boleto -ahora protegido falazmente. Tomó una bocanada de aire y abriendo su boca no fue obvia al morder el alfajor acariciando entre su lengua y sus dientes cada miga. Podía sentir como el pavimento se movía a sus pies mientras besaba sus propios labios detenida, regosijándose en cada pozo que la obligaba a masticar vivazmente.

Lo tenía decidido: al llegar del trabajo donaría toda la ropa de su difunto marido a la Iglesia más cercana. Juntaría toda su ropa. Juntaría toda su ropa menos el sweater burma gris escote en V.'Tal vez podría llevarlo a la tintorería de acá la vuelta'-supuso.'Y es que podría llegar a ser un lindo presente para Pepe'-agregó. Y lo más importante: su amiga Roberta estaría feliz con el gesto para con su esposo. Ella sabía que ella sabía y ella también. Así: sin entenderse. Haciendo historia. Haciendo letra: con su cartera al hombro, las manitos entrelazadas en la radio portátil y el resto de un papel abollado que habría hecho las veces de envoltorio verde de un alfajor, próximo a digerir.

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