Personajes:
Matilde, la madre. La reina de las olas
Pedro, el padre. El paciente
Colette, la hija menor. Resignada y mentirosa
Amilkar, el hermano mayor. El Dulce Ogro
Antonio, el ex esposo. No se sabe.
Filipo, el menor de todos. El articulador
La señorita Lopez, mascota del hogar. Adorada
María E, amiga de la casa. Muda
Los abuelos, los muertos que hablan. Inolvidables
Qué le regalo? - duda Colette y adelantándose diez minutos a la hora del té, invade el cerramiento con su presencia. A un costado, Antonio. Colette inicia:
- Tengo que salir en 40
- Llegás? -accede Antonio, cuasi generoso
- Voy en subte. A Bulnes tengo menos de diez
- en el subte todos tienen cara de muertos
- Lo decís porque van bajo tierra?
- no lo había pensado
- y cómo sabes entonces?
- porque no se asfixian, supongo. Te fijaste?
- andate a la reverenda concha de tu madre, forro. moríte - se atormenta Colette y continúa para sí- siete padrenuestros y entonces de postre sí: helado - Me dedico a buscar a los vivos, parece -deja deslizar entre sus dientes.
De fondo, el televisor muestra la ceremonia ritual a modo de velorio público de una de las más grandes, cuando La Superior Matilde, irrumpe cual Tzunami con dos tazas de café entre sus manos, para comenzar:
- yo nosé. qué espanto. a vos te parece? que te velen así: a cajón abierto. A mi... -increpa- ni se les ocurra!
Colette hermana menor, se adelanta entretenida, a modo de seguirle el diálogo:
- Por?
- Porque es un espanto. una barbaridad. una falta de respeto total. Qué me miran! Qué me miran! - se horrroriza Matilde y tiemblan sus pómulos.
- Qué cosa?
- Éso nena! que te velen a cajón abierto. Me oís? -y en éso- Y que te miren! Que te miren! Es mas o menos como que te miren cuando vas al baño.
- no te entiendo, pero contáme
- lo que digo, es que es un acto privado. Yo los mato. Olvídense de mí si hacen eso conmigo!
- porqué?
- por las miradas! qué catzo hago con las miradas eh! Explicáme. Es un aprovecho, pobre mujer! Mirála. Una falta de consideración total -expone con sus ojos fijos en la pantalla.
El padre, invicto de un ACV, parecería haber sobrevivido para interpelarla una y otra vez:
- No le hagan caso. Está delirando.
Mientras en vano los ojos de Pedro dedican a Matilde cierta ingenuidad infantil en una mirada excenta de egoísmos y propia de una vejez digna en verdad, ella a cambio lo ataca:
- calláte vos que siempre me decís lo mismo!
Mientras tanto, María E cuenta las tachas del collar de la Señorita López que muy pachorra, ubica su hocico arriba de sus rodillas. Filipo, el menor de todos, dibuja la escena preso de sus manías en lograr con sus colores el efecto exacto de sus paisajes cuando el padre:
- Ésta taza está rota
María E. levanta su vista enmarcando su mirada tras su ceja izquierda, buscando ecos en los ojos de Colette, cuando la voz de Amilkar se alza tras bambalinas:
- Tiene razón. Esa taza está rota. Porqué no la tirás? -para continuar en un- Perdón pero: Qué hace este sillón acá?
Matilde tomando el repasador cual escudo, hace elevar sus armas al grito de:
- éste sillón está acá porque está acá. Los otros se quedan allá.
- a si? quiero traer uno de los sillones de allá para acá -insiste Amilkar
- No
- Sí
- No. los sillones de mami y papi se quedan en el living. Y punto.
- tiene sentido -brota tímida la voz de Collete, renunciando a los espejos de antemano, resignada ante las miradas absortas del resto.
- Claro que tiene sentido -el revés de Matilde provoca estupor en Colette quien ilusa, alza sus ojos y:
- vos decís?
- si. el sillón de papi y mami tiene que estar en el living.
- son dos
- si. tiene que estar en el living
- Por? -ruega collete
- porque es el único lugar de la casa donde vacié todo -pronuncia matilde para incorporarse tras el banco, juntar las tazas y continuar con un:
- me falta una cucharita de mami otra vez... será posible, mierda! -y prosigue- Son ocho. y tengo siete. yo nosé. Alguien la vió? -agregando- Éstos cayos me van a matar.
Haciendo flamear su repasador, Matilde abandona la escena. María E. recoge su celular y Amilkar se torna invisible antes de ser advertido en su ausencia. Frente al televisor, Colette se abriga -esta vez lo justo- agarra su pequeña cartera, saluda al resto y se despide de aquel hogar al cual siempre -y con razón, sabía- querría regresar.
El subte está vacío. En diagonal frente a Colette, una pareja: mientras la mujer pálida lucha por un soplo de aire a ventanilla semiabierta, el hombre duerme, descansando confortablemente en su regazo. Por su parte, algo insta a Colette a quitar la vista y antes de que los diez minutos se cumplan en el reloj de su celular, saca una menthoplus de su bolsillo y se pregunta: -Qué quiere un hombre?
Había decidido comprarle aquel perfume. Era lejos su preferido. Y algo más? Sí. Veinticinco de los treinta pesos que a ella le faltan para pagar la segunda cuota de sus zapatos de cabritilla. En éso las puertas del subte se abren y apoyándo un pie tras la puerta, Colette saca un cigarrillo roto de su bolso, se deshace de él y respira.
El regalo del día de la madre - sin ser un problema- estaba resuelto.
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