martes, 5 de octubre de 2010

Un Impulso Milkibar

A las 12 de la noche se cerraron mis ojos. No recuerdo bien bien cuando empezó ese asunto del aleteo, supongo que al mudarme a la casa nueva. Se había incendiado la habitación y de ahí el departamento entero. Cuando llegué estaba a nuevo y entonces claro, enseguida me adapté. El arco de la cocina daba mayor amplitud y el balcón sin plantas, era un afuera. Al principio la casa estaba habitada por un batallón de hormigas diminutas coloradas, que yo misma sin piedad, para esa época, me encargué de fumigar. Ahora resulta que crecieron y entonces aparecen por todos los rincones. Caminan lento y a dos metros uno puede tranquílamente, distinguirles el cuello. Cuando las aplasto hacen ruido y por lo general, las agarro de las patas y les hago rulos, para después tirarlas a la basura. Antes de acostarme, ayer vi salir una tras el espejo del baño. La sostuve en mi mano y traté de trasladarme a lo que ella podía ver desde ahí, a todas esas rayas. Muy despacio -no vaya a ser cosa que se marée, pensé- la bajé hasta la rejilla y'logré recuperar cierta tranquilidad al verla partir. Acto seguido el recuerdo de una amiga acerca de otra, en una entrevista en la tele, logró conmoverme. Solté mi pelo recién cortado y no lamente -por segunda vez- el haber perdido volúmen. Me quedé dormida con la tapa a rosca abierta, las luces por entero apagadas y sin miedo esta vez. Pude ofrecer mi cuello, pensando en otra cosa. Claro que 5 horas en mi universo representa algo así como la eternidad y entonces faltando 15 para las 5 desperté una vez más con aquel ruido singular, aquel ruido que siempre estuvo presente ahí, desde la primer noche. Si bien dudo -creo-, siempre experimente la certeza de que ese ruido, esmaltado en queja y en lamento peligroso, (para mi cosa sonámbula) estaba compuesto por las garras de una rata encerrada en el aparato de aire acondicionado. Noches enteras pase, esperando que la ratita pueda salir sola de ahí. El hecho de sentirla atrapada rasguñando, arañaba el alma que ahí -en esos casos donde sufro por una rata- a veces percibo, en mí. Y así iban mis noches, esperando que la ratita salga de ese motor y se mande por el costado. Igual mucho lamento de mi parte pero ni mú en levantarme y darle una mano, viste. Y qué hago si la veo y me da miedo? O peor: qué haría ella si al verme entra en pánico? No vaya a ser cosa que la pobre rata muera ahí encerrada, patitiesa, llamándome porque claro, ella sabe que yo hago fuerza para que salga por el costado. Nos hacemos el aguante con la rata y cuando por fin logra salir, chasquea los dientes y yo, sin abrir los ojos sonrío imaginándola libre, por la cornisa, yendo a buscar arañas, en la enredadera de al lado. Pero la noche de ayer fue la excepción a la regla. Faltando 15 para las 5 aquel sonido otra vez y -sin pensar en el después, como a veces no me pasa- me encontré yendo a los tumbos -mitad ojo abierto y tocando mis orejas, después de acomodar mi bombacha adentro de mis nalgas- hacia el aparato de aire. En la oscuridad, algo asomada a la rejilla y yo, sin perder la calma me agaché, despacito, para ir de a poco subiendo, apoyando mis manos en la pared. Pensé que nada malo iba a poder pasarme, pensé que si a esa hora, después de haberme dado vuelta 5 veces buscando al vampiro de mi vida y nada, se me ocurrió que tal vez todo ese asunto de la mordedura era invento mío y me las ví en problemas: y es que nosé si me veo bien, con un lobo. Y así iba yo, subiendo, con la idea que siempre dejo en suspenso y que sanciona un 'qué será de mi', sin palabras. Es la sensación sola -de esa frase- con la que me encuentro y la transpiración consecuente cuando todo en mi, no hace piel y entonces sus ojos y izaz! Ojos naranjas? Y sus manitos! Digo, mejordicho, sus garras atrapadas pero que no hacían ruido. Cómo podía ser? Un ratón cuya garras sean mudas? Dónde se habrá visto? Y claro, fue en ése momento que advertí sus alas y sus orejas, punteagudas. Lo miré fijo y fue su templanza y su frente húmeda la que nos sostuvo hasta que chilló y yo -ilusa- interpreté que tenía hambre. Fui corriendo a la cocina, pisiéndole, rogándole que me esperase. Mojé unos cuadraditos de avena en un plato hondo de leche tibia y regresé. Había algo nuevo, ensordecedor: el entusiasmo, al fin. Ese entusiasmo trivial que me armo desde que no tengo conciencia. Ese entusiasmo tan mío, tan solitario. Mojé el cuadradito de avena y lo acerqué a su hocico. Enseguida se sintió complacido y su seducción pasaba justo por ahí: por ser capaz de mostrar algo de su placer, por ser capaz de mostrarse, gozando. Sin embargo algo interrumpía la escena. A lo lejos podía escuchar los gritos de mi madre volviendo a sus consejos imperativos casi, para que me alejase de un murciélago así: gozoso y atrapado. Podía escucharla sin odiarla, -eso era lo terrible-, sugieriéndo que podría agarrarme las peores pestes si seguía en contacto con un roedor así. En ese momento recordé que cuando ella estaba embarazada de mí, fue atacada por un gato, entonces resulta que tengo refuerzos de antirrábica y sino mamá, se verá. El telón cayó pesado, como terciopelo inglés, ahuyentando sus palabras. Acerqué el plato y como pudo, ese ser de ojos imantados, absorbió la leche tibia, enredando su garra central en mi dedo índice. Con cuidado, acaricié la comisura de los que serían sus labios. Dicen que así se estimula la succión y a mi siempre me dio resultado. Después se me dió por acariciarle su entrecejo para cuando su chillido me trajo de nuevo a la situación de su encierro y entonces sin pensarlo y por éso, pude destapar la tapa del equipo para tomarlo entre mis manos. Sus alas parecían guantes de antílope y sobre su pata trasera había un corte que supuraba sangre. lo llevé al baño y junto con él aprhendí a agacharme despacio, para buscar esta vez, el pervinox en polvo. Le puse además merthiolate incoloro y esa parte estuvo buena porque empezó a gritar y aletear sin parar. Así se nace, le dije: llorando. Perdonáme. Te hice arder? Es que pasa así viste... El que ríe último como dice Ángel, piensa mas lento. Después acaricié sus párpados y lo apoyé en mis piernas hasta que pareció quedarse dormido. La sensación térmica ya era de once para la hora que era que no recuerdo. Entonces caí en la cuenta por sus ojitos de que el sol le haría mal. Me levanté despacio, cargándolo en mi camisón. Ya no podría volver a tocarlo: es que nos teníamos que despedir. Entonces atrevesé el living y abrí la hoja derecha de la ventana para apoyarlo en la sillita plegable, del balcón. Me bastó con sacar un pie para liberarlo y volver a entrar. Para cuando pensé en no darme vuelta ya lo había hecho y sus ojos naranjas parecían contemplarme justo cuando estiró sus alas echándose a volar. Algo en mí se estrujó para cuando me distraje, al sentir frío. No pensé en la hora que me quedaba de sueño, sí en la sensación térmica y entonces el sonido de las vías sobre la calle Dorrego me anoticiaban del tren de las 6, supuestamente. Ese tren que vuelve soy yo, pensé. Me tapé y me dormí mirando el placard. Para cuando desperté entre sueños me di vuelta y ya no estaba. La reja del aire vacía, me devolvía la esperanza al fin, de recordarlo otra vez.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Grabate ésta Mona>


Recordar y amar es casi lo mismo.

Beso
Elena de Troya


*La de las pijas grandes.

La mona Bermúdez dijo...

Ya no hay golpe de timón que desate el enredo, Elena. No me quite paz. Y nosé si le irá lo que puedo responderle, pero aún asi le cuento que estuve meditando y me parece que la cuestión es ciertamente al revés.

Entonces claro: amar y recordar es casi lo mismo.


Se entendió??

Cariños

Anónimo dijo...

Y la claridad del sol te enceguecio y ya no supiste distinguir la realidad de lo que solo fue un sueño.

La infante Cas E. dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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